Publicado en El Mercurio
Desde hace unos años que Juan Andrés Papagno (34) buscaba un nuevo hogar junto a su mujer Valentina Sepúlveda (27). Vivían en Providencia y sentían que sus vidas citadinas chocaban con sus valores de sustentabilidad y consumo consciente.
Eso, hasta que un curso de yoga en el que Valentina se inscribió los llevó en junio pasado hasta Auroville, una ciudad ubicada al sur de India.
De vuelta en Santiago, ambos renunciaron a sus trabajos y volvieron para instalarse.
“Nos hizo sentido el lugar porque busca generar seres conscientes de su vida, pero no solo desde el progreso económico, sino desde la espiritualidad”, cuenta Juan. “Además, queríamos tener hijos y nos cuestionábamos en qué tipo de mundo queríamos criarlos”, agrega Valentina.
Fundada en 1968 por Mirra Alfassa, una parisina que ahora se conoce como “la madre”, Auroville es una localidad que abarca 20 km donde viven 2.700 personas de 53 nacionalidades. Todos bajo un modelo que no tiene organización política, religión ni clases sociales. Tampoco se permite el alcohol y no se rige por las leyes de India.
La filosofía detrás de esta ciudad, que cumplió 50 años en febrero pasado, es la evolución emocional y la conciencia plena de sus ciudadanos, explica Valentina.
Para lograrlo, persiguen una vida autosustentable donde todos aportan sus habilidades para vivir en armonía. “Es una representación de todo el mundo, de cómo podemos lidiar con diferentes culturas y egos, pero bajo unidad y diversidad”, agrega Juan.
Según comenta Valentina, en Auroville se recicla el 70% de la basura y la energía es completamente renovable gracias al uso de una central eólica.
Un nuevo mundo
Allí los días parten a las seis de la mañana y sus residentes desempeñan actividades que van desde agricultura hasta construcción y que pueden ir cambiando según deseen. Valentina, directora audiovisual, trabaja creando contenido sobre la ciudad y Juan Andrés, psicólogo, como coach en una unidad de arquitectura sustentable.
Pero sin importar el trabajo que realicen, todos ganan el mismo sueldo, que es lo mínimo para vivir. Y es algo que esperan erradicar, porque los aurovilianos aspiran a vivir sin dinero. La idea es crear una humanidad sin apego a lo material, explica Juan. Por eso incentivan el trueque.
“La madre decía que el dinero podía venir del exterior, pero que los aurovilianos no lo usaran entre ellos”, explica Valentina. Se trata de una meta que aún no consiguen. Actualmente la ciudad recibe dinero de turistas y también del gobierno de India, lo que hace creer a muchos que aún está muy lejos de la utopía.
“Pensar eso es injusto para una comunidad que apenas tiene 50 años. La economía es un tema en proceso porque aún no somos 100% autosustentables, pero sí se usa el mínimo flujo de dinero”, explican.
Juan cuenta que los supermercados funcionan sin intercambio monetario. Las personas toman solo lo necesario y al final reciben un informe de lo consumido con el objetivo de que aprendan a autorregularse.
“Funciona mejor que otro modelo, incluso que Chile, porque no tienes la presión por generar dinero”, comenta Valentina, quien asegura que en cinco meses más, ella y su marido pasarán de ser voluntarios a convertirse en aurovilianos.
Como estudiante de sociología, a Enriqueta Larraín (21) le costaba creer que existiera un lugar como Auroville sin que ella lo supiera. “Me enteré por una amiga de mi mamá y dije ‘esto es para mí’. Hace tiempo estaba buscando algo en qué concentrar mis energías”, dice Enriqueta, quien congeló sus estudios, llegó hace mes y medio a Auroville y trabaja como voluntaria cosechando verduras medio día en una granja.
Su casa está hecha de materiales reciclados, al igual que la mayoría de las viviendas. “Incluso hay un ‘Trash Majal’, un templo construido de basura reciclada”, cuenta.
Al principio le costó adaptarse. “La vida es bien simple y conectada con la naturaleza. Me sorprendía encontrarme con cosas como un sapo en mi baño. Además, llegué en un período turístico y no logré sentir lo que la comunidad aspira, porque está repleto de gente que no comparte los valores”. Esa es una temporada difícil para los aurovilianos, explica, pues la sensación de que “vean todo como un producto” perturba a algunos residentes.
“Ahora que estamos más en comunidad, se nota que, aunque no son las personas más pacíficas de la tierra, viven en función de la realización espiritual, incluso si no lo logran”, dice, y comenta que piensa volver a Chile.
“Aquí hay demasiada paz, se siente la felicidad en la calle y lo que más agradezco son las enseñanzas de los cursos, pero quedarme significaría vivir en una burbuja y no en el mundo real”.
Los tres concuerdan en que Auroville no es perfecta. “Y no sé si llegue a la perfección, pero es un lugar auténtico y consecuente con sus valores”, opina Valentina. “Es un sueño en desarrollo, pero en su estado actual ya nos ha dado mucho más de lo que esperábamos recibir”, asegura Juan.