Publicado en El Mercurio
Indios Verdes es el nombre que el pueblo les ha dado a las monumentales estatuas de Itzcóatl y Ahuizotl, dos guerreros aztecas del tiempo de la Conquista. Fueron encargadas, en el siglo XIX, al escultor y caricaturista Alejandro Casarín, para ser enviadas a la Exposición Universal de París en 1889. Nunca llegaron a destino y, desde entonces, han deambulado por Ciudad de México hasta su actual emplazamiento: la periferia, cerca de la autopista a Pachuca y de la estación terminal de una línea del metro. Enmohecido, el cobre del que están hechas les ha dado su tonalidad característica, según explica el narrador de la novela, alter ego apenas ficcional de Emilio Gordillo (Santiago, 1981), autor de Los juegos mudados (Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral 2008) y Croma , su primera novela, ganadora del Premio del CNCA (2011).
Gordillo está radicado en México, país donde había vivido entre 2010 y 2014 cursando una pasantía de investigación doctoral en la UNAM. Cuenta que gran parte del texto de Indios Verdes estaba listo en 2015, pero ninguna editorial chilena quiso publicarlo. “Agradezco todos los rechazos porque me hicieron entender que los libros se escriben bajo otra lógica: la del dictado de tus experiencias”, cuenta desde Ciudad de México.
Una primera edición, incompleta, salió en un pequeño sello local. Gracias a Sitios , un libro de relatos que está terminando en estos días, supo cómo debía acabar Indios Verdes y reescribió la novela agregando un capítulo final para su edición chilena.
Emilio Gordillo recuerda que escribió la primera parte cuando llegó a México en 2009. Estuvo en un blog durante un tiempo. A los dos años fue a entrevistar gente -vendedores, transeúntes- que circulaba alrededor del monumento. Más tarde, el profesor y activista Manuel Amador lo invitó a unas performances contra los feminicidios. “Tú eres escritor. Vas a escribir de esto”, le dijo. Gordillo no se pudo negar. Decidió entonces transcribir las entrevistas y recoger en su libro una intervención que se hizo en Tultepec. Leyendo a la escritora Cristina Rivera Garza, y su proyecto de desapropiación narrativa, comprendió la importancia de “respetar esas voces que conocen mejor que nosotros los sitios sobre los que a veces escribimos”, dice.
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